Un chillido ensordecedor atravesó mis oídos como el aullido de un lobo. Quizás esa era la verdadera razón de por qué llamaban así al acantilado. Aquel grito desesperado parecía el de una niña. Entonces, un recuerdo muy lejano me vino a la mente. Era la imagen de una mujer cayendo inerte al suelo. Sus cabellos rizados le cubrían casi todo el cuerpo pero podía ver claramente que estaba manchada de sangre.- Te quiero mi torbellino...- Mis manos eran las de una niña tratando de llegar hasta ella, pero algo me lo impedía.- ¡Nooo! - Abrí los ojos de golpe. Mi cuerpo se estaba hundiendo rápidamente en las profundidades del lago. Aún seguía aturdida así que tardé unos minutos en reaccionar. Pero sabía que tenía que empezar a moverme hacia arriba. Sin
embargo un extraño punto blanco captó mi atención. E irremediablemente sentí la
necesidad de ir hacía él.
Procedía desde algún lugar del interior del lago, pero
no sabía distinguir que era. Estaba demasiado lejos. Demasiado adentro. El
punto blanco comenzó a ser una luz, una luz en forma de triángulo. O eso me
pareció ver al nadar hacia él. Iba a continuar acercándome cuando alguien me
agarró del brazo y tiró de mí. Hasta ese momento no me había dado cuenta de la
falta de oxígeno.
La persona que me
sacó del lago, me llevó entre sus brazos semiinconsciente. Deduje que se
trataba de un hombre. Primero porque Cristina no hubiera podido conmigo y
segundo porque sus brazos eran demasiado fornidos para los de una chica.-
¡Emily!- Oí gritar a alguien.- ¡Emily!
Entonces todo a
mi alrededor se oscureció.
***
- Quedaros detrás de mí- Me ordenó una extraña mujer
ataviada con una túnica blanca con capucha.
Miré a mi alrededor y, aunque al principio me costó,
reconocí el lago Esperanza. Sin embargo, una extraña bóveda trasparente lo cubría.
En su interior todo era tan verde y pacífico como lo recordaba, pero fuera de
la bóveda una increíble tormenta azotaba el bosque sin piedad.
– Quítate de en medio sacerdotisa- Giré hacia la voz que
había hablado. Era otra mujer, también con unas ropas muy extrañas, como de
guerrero medieval. Estaba manchada de sangre y su pelo azabache ondeaba a su alrededor
a pesar de que, dónde estábamos, no hacía aire. – Protegeré a esta niña hasta
que esté preparada para cumplir su destino – Aseguró solemnemente.
- La violencia va en contra de vuestras leyes, no podéis
meteros. No podéis intervenir. – Dijo mofándose de mi protectora. – Quizás te
sorprenda. – Le contestó sin alterarse, realmente aquella mujer transmitía un
aura de tranquilidad inquebrantable. - Entonces morid con ella. – Se abalanzó
sobre nosotras con la mirada fuera de sí. Pero antes de que pudiese si quiera
tocarnos, un remolino de aire nos envolvió y lanzó a aquella mujer por los
aires. Aterrizando abruptamente sobre unas rocas. Pensé que había muerto, pero
aún así se levantó.
– Meriem aún tenía algún truco reservado y, por lo que
observo, vuestras heridas son demasiado graves para intentar romper su barrera.
-Siguió explicando con voz pausada a su enemiga. Quien nos miraba con odio y
ansia de sangre.
No respondió, solo gritó frustrada igual que una niña
enrabietada. Después su cuerpo se evaporó en una nube de humo negro. Yo estaba
temblando de miedo.
-Emily, cuando pase la tormenta, podrás irte. Pero estarás
sola, yo no puedo ir más lejos de los límites del templo. – Asentí sin poder
formular una sola palabra coherente. Mi cuerpo estaba en estado de shock. La
sacerdotisa no entendía mucho de niños. Así que cuando mi pequeño cuerpecito la
abrazó desconsoladamente, se quedó tiesa como un palo. Después correspondió al
abrazo torpemente. – Hasta que estés preparada, tendrás que olvidar para estar
a salvo…
***
Tosí
abruptamente y el agua salió de mis pulmones.
- Meriem...- Alcancé a decir en un hilo de voz. Por alguna razón, no quería que ese nombre se me olvidase.
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